Con un hueco en el alma y mucho peso en los hombros, me mueve la letra, en una búsqueda incesante de armar palabras, de tender lazos y forjar puentes, aunque siempre a medias, siempre unilateralmente.
Es irónico cómo con los papeles en el bolsillo sigo sin habilitarme, sigo corriendo tras la zanahoria, tras lo imposible. Imposible no en su sentido común, como algo aún fuera de lo posible, sino como aquello que se corre de lo imaginable, de lo clasificable, de lo tangible. El imposible de capturar, el imposible de representar, el real imposible. Tal vez sea por eso, por su cualidad de Real que siempre va a quedarse mirandome desde lejos, desde otro plano de existencia, distante, petrificado, idealizado, y desgarrador. Ir a su encuentro me rompe, me desintegra, me hace añicos, y aún así no puedo detenerme, es persiguiendo lo Real que me encuentro a mí misma, que pruebo mis límites, y por eso los quiebro, y me desbordo, y es en la experiencia sin fronteras donde ya no hay yo, ya no hay unidad, quedan solo partes, vestigios de un ser.
A veces me pierdo, y me aislo, porque siento que de algún modo mi debate esta muy lejos, y los otros intentan arrastrarme a la cercanía. Sin juzgar intenciones, y sin pecar de vanidad, mi visión esta en otro plano, y repercute en el aquí y ahora, pero esto es consecuencia, la causa esta allá, más lejos, fuera de mi alcance, se escapa de mis manos, y aunque arañe y muerda se va, siempre se va, y se aleja de mí.
Es una soledad aún más angustiante, la soledad de la incomprensión, la soledad de las soluciones, la soledad de los consejos, la soledad de las quejas silenciadas. Esa soledad que se traduce en acting, que se vale de somatizaciones, de insomnios, de sueño pesado, o de exceso de actividad. La soledad lagrimea con una canción, que no puede levantar una mancuerna, o que se olvida de un deber. Es la soledad que tiene que pedir turnos, que revisa agenda, y se apunta un dia en el calendario para hablar, una soledad que no quiere incomodar, ni molestar.
Es la soledad de quien solo es por sus virtudes, que solo muestra una cara en un intento desesperado, ya ni por un poco de amor, sino por un lugar. Es la soledad que prende velas, que lee horoscopos, que reza y manifiesta, lo que encuentre a su alcance para no hablar de más, para no irrumpir.
En el culto a la personalidad, estamos aun quienes resistimos y queremos hacer comunidad, quienes vemos en los otros mayores posibilidades y no solo castración. Pero así hemos de quedar, por cuestiones epocales, forzados a velar la soledad desgarradora bajo la individualidad, la independencia, y el empoderamiento.