sábado, 30 de diciembre de 2023

Mañana

 Con un hueco en el alma y mucho peso en los hombros, me mueve la letra, en una búsqueda incesante de armar palabras, de tender lazos y forjar puentes, aunque siempre a medias, siempre unilateralmente. 

Es irónico cómo con los papeles en el bolsillo sigo sin habilitarme, sigo corriendo tras la zanahoria, tras lo imposible. Imposible no en su sentido común, como algo aún fuera de lo posible, sino como aquello que se corre de lo imaginable, de lo clasificable, de lo tangible. El imposible de capturar, el imposible de representar, el real imposible. Tal vez sea por eso, por su cualidad de Real que siempre va a quedarse mirandome desde lejos, desde otro plano de existencia, distante, petrificado, idealizado, y desgarrador. Ir a su encuentro me rompe, me desintegra, me hace añicos, y aún  así no puedo detenerme, es persiguiendo lo Real que me encuentro a mí misma, que pruebo mis límites, y por eso los quiebro, y me desbordo, y es en la experiencia sin fronteras donde ya no hay yo, ya no hay unidad, quedan solo partes, vestigios de un ser.

A veces me pierdo, y me aislo, porque siento que de algún modo mi debate esta muy lejos, y los otros intentan arrastrarme a la cercanía. Sin juzgar intenciones, y sin pecar de vanidad, mi visión esta en otro plano, y repercute en el aquí y ahora, pero esto es consecuencia, la causa esta allá, más lejos, fuera de mi alcance, se escapa de mis manos, y aunque arañe y muerda se va, siempre se va, y se aleja de mí. 

Es una soledad aún más angustiante, la soledad de la incomprensión, la soledad de las soluciones, la soledad de los consejos, la soledad de las quejas silenciadas. Esa soledad que se traduce en acting, que se vale de somatizaciones, de insomnios, de sueño pesado, o de exceso de actividad. La soledad lagrimea con una canción, que no puede levantar una mancuerna, o que se olvida de un deber. Es la soledad que tiene que pedir turnos, que revisa agenda, y se apunta un dia en el calendario para hablar, una soledad que no quiere incomodar, ni molestar. 

Es la soledad de quien solo es por sus virtudes, que solo muestra una cara en un intento desesperado, ya ni por un poco de amor, sino por un lugar. Es la soledad que prende velas, que lee horoscopos, que reza y manifiesta, lo que encuentre a su alcance para no hablar de más, para no irrumpir. 

En el culto a la personalidad, estamos aun quienes resistimos y queremos hacer comunidad, quienes vemos en los otros mayores posibilidades y no solo castración. Pero así hemos de quedar, por cuestiones epocales, forzados a velar la soledad desgarradora bajo la individualidad, la independencia, y el empoderamiento. 

domingo, 25 de septiembre de 2022

Regalo

 Desde temprano tengo ganas de escribir, aunque a diferencia de otras ocasiones, esta vez no tengo ninguna frase disparadora o que encierre un concepto que quiera desarrollar. Simplemente tuve la necesidad de escuchar unas canciones, de habitar el recuerdo de una persona con la que ya no hablo, y de sentir nostalgia, como solía hacer, como fue mi costumbre por muchos años. 

De tanto en tanto he sabido cubrirme por los mantos de la melancolía, y disfrutar de un modo mórbido cómo sangraba por las heridas, intentando de alguna forma que las cicatrices y el sufrimiento sirvieran de puntapié para el olvido. Claramente si hay algo de disfrute en ese dolor raramente logre dejarlo atrás, al contrario, en cada episodio de desborde volvía a abrir los cortes para verme sangrar, para usar mi pena como dique, hasta quedar vacía, hasta quedar anémica. 

Hoy no sé si estoy haciendo lo mismo, solo sé que lo nombro y me broto, y me hincho, y ardo, y sufro como ese dia que atentó contra mi dignidad y decidió arrojarme fuera de su cuerpo, fuera de su cama, fuera de sus días. Y ni siquiera me habia dolido tanto entonces, me sorprendió, porque creía que yo iba a ser la que diera punto final, tal vez fue porque se me adelantó. De cualquier modo, me dejó una reacción alérgica de herencia, una marca, una cicatriz, porque aparentemente así de fácil soy de marcar. Así de fácil las personas vienen y me lastiman, y me ultrajan, o soy yo? 

De un modo un poco retorcido se me ocurre que puede que yo haya teñido con mis palabras, con mis ideaciones, con un manto de dolor y sangre algo que no tenía ese calibre. Será acaso que mis intentos casi desesperados de encontrar el amor también se reflejan en una búsqueda incesante de nuevos padecimientos? Suena complejo, pero es bastante simple... hace poco menos de una década que sufro por lo mismo, las mismas dos o tres cosas, la misma persona. Me cansé yo misma de escribirle siempre al mismo ente, de llorar por el mismo desamor, de reiterar los mismos recuerdos, de sangrar por las mismas injurias. La desazón y la decepción son la contracara del amor, y si no hallo el segundo quedo con las manos colmadas de los primeros. En criollo, si no encuentro quien me ame es porque encuentro a quien me decepciona, quien me descarta, quien me deja. Y si mi búsqueda de amor se basa en que quiero pasar página sobre ese dolor anterior, es lícito decir que las nuevas decepciones también aportan a dejar el sufrimiento anterior?

Un día le dije a mi psicóloga estoy harta de sufrir por lo mismo, una frase que puede pasar desapercibida para el oído no entrenado. Yo no dije que estuviera harta de sufrir a secas, sino de sufrir por lo mismo  Mi hartazgo era sobre la mismidad, sobre la repetición, sobre lo viejo, lo reiterado, lo que contra toda lógica volvía, y sobre lo que ya no tenía más palabras para elaborar, no tenía más lágrimas que derramar, porque ya no tenía sentido llorar ni sangrar, porque ya era vetusto, un fósil. No estaba buscando un nuevo amor, ni dicha, ni complicidad, ni compañerismo, estaba buscando un nuevo motivo para sufrir

Y entonces, no es eso lo que acabo de encontrar en estas canciones? En estos recuerdos del único mes que compartimos? En los chistes que prematuramente compartimos? Y aunque casi no me conocías, porque es cierto que nunca bajé la guardia en tu presencia, te reías de mis ocurrencias y disfrutabas de mi acidez, y te asustabas con mi mal carácter. Algo si es cierto, no me diste la épica romántica que buscaba, pero me regalaste libertad, la libertad de un  nuevo dolor que me permitió soltar, que me permitió virar hacia otros sitios. Y soy una fiel creyente de que me merezco un nuevo amor, pero también me merezco nuevos dolores. 

jueves, 14 de julio de 2022

Morfeo

Junté todas mis cosas y subí, con un golpeteo incesante en el pecho, que me estremece, que me hace temblar. Subí las escaleras corriendo, presa de unas ansias casi desbordadas, con los ojos inyectados de presión, nublados, y con la respiración entrecortada caí rendida sobre la silla. Intento controlar el sollozo que se ahoga entre mis labios apretados, encerrado entre un par de mejillas temblorosas. Trago saliva con fuerza y ruido, e inhalo profundamente, para aclarar mis pensamientos, para bajar las pulsaciones, para recomponer un poco el dominio sobre esta anatomía dura, pero rota. Despedazada. 

Y no pasó nada. No hubo palabras. No hubo cuerpo. No hubo voz. No hubo perfume. No hubo piel. Ni siquiera una percepción clara. Sólo una imago borrosa en un fragmento de un viaje onírico. De nuevo, como hace meses no sucedía. La mente me juega bromas injuriosas, me flagela, me quiebra, como si el espacio de vigilia no estuviera ya repleto de inquietud y desidia. Como si no hiciera un esfuerzo en cada amanecer para encontrarle sentidos al devenir, y lo pongo así, en plural, porque ningún significante merece que le otorgue prioridad, o tal vez si, pero  no quiero hacerlo, aprendí con los años y los golpes a temerle a los absolutos. Me dejo llevar por el relativismo, es menos doloroso, aunque mucho más gris, y mucho más aburrido. La tibieza me exaspera, me desespera, creo que hasta desde una perspectiva enfermiza como la que me acobijó por muchos de mis años es más atractivo el dolor. Y no hablo de satisfacción, de hedonia, porque no es un lugar real, es una estación, es un peaje, es un oasis, limitado y evanescente. 

Ahora me recorre un frío de pies a cabeza, siento que hasta el pelo tiene más frizz, y así es como una defensa es eficaz. Intelectualización a la orden! Mi compañera, mi amiga, mi amante, mi jueza y mi verduga. Soy todas. Por eso sueño las cosas que sueño. Por eso en un momento donde ningún vinculo había, volviste a mí, volvió tu cara, volvió tu pelo, volvió tu olor, pero de lejos, no pude sentirte, no pude tocarte. Porque estabas ahí, pero yo no quería verte, yo no quería encontrarte, no quiería mirarte a los ojos ni estar cerca tuyo, porque pasan estas cosas que ahora padezco, me desarmo, me rompo. Y aunque me juegue estas trampas a mí misma por motivos que desconozco, puedo recuperar eso, que no cedí, que no accedí. Pero verte cabizbajo, dolido, pidiendo redención, no me hizo sentir mejor. Desperté. Inquieta, sudorosa, y lastimada porque por unos minutos creí que iba a reencotrarte, porque no hubiera querido abrir los ojos

Qué maravillosa la lengua! Benditos somos por la facultad del lenguaje! La verdad que acabo de soltar, hace meses que no digo nada cargado de tanta verdad como la pólvora que acaba de explotar en mis manos en esas 5 palabras: no hubiera querido abrir los ojos. No importa cuantas veces lo diga, y lo tenga presente, no importa qué tan presente tenga el hecho inexorable de que te amo y te amaré lo que me reste de vida, me siguen sorprendiendo las consecuencias que sigo pagando por ser una victima de tu indiferencia. No doy crédito de cuánto dolor todavía subyace en mi haber, como el magma de un volcán que de tanto en tanto entra en erupción, una y otra y otra vez, como amenaza permanente. Y ya no sé siquiera si se trata de querer retomar, porque así como soy plenamente responsable del amor perpetuo que cargo, también soy plenamente consciente de que no quiero intentar más, que no tengo más sangre que derramar en tu nombre, que no tengo más carne para que apuñales, no tengo más piel para tajear. 

De esa manera concluyo que lo que me sigue doliendo, no solo de tu parte, sino de todos los que te siguen y los que seguirán llegando, es la facilidad con la que me quedo sin nombre. La sencillez con que me sacaste del plano, lo fácil que fue descartarme como una piedra del zapato. No entiendo cómo valgo tan poco para no dejarte ni una mísera marca, y creo que ni siquiera esperaba que lloraras, ni una gran epopeya sobre tu partida, solo esperaba una palabra, un significante que cierre el sentido de esta tortura sin causa, infame, desbordada. Pasé de ser LA a no ser nadie, o peor aún, a SER NADA. Y cuando digo que prefiero el dolor lo sostengo con la sangre, y con el cuerpo, porque cuando era el objeto de daño, al menos todavía era, no alguien, pero al menos ALGO. Cuando era la engañada, la maltratada, la cornuda, al menos era una referencia sobre la que se establecían tus actos. Abrir los ojos significó ver mi propia insignificancia, mi nulidad, me sacaste de la farsa que me habías inventado y que tan cómoda me quedaba. Eso duele, ser nada, haber desaparecido. Que mi nombre, mi cuerpo, mi sangre, hayan sido tan fáciles de limpiar de tu biografía. 

Tal vez por eso te soñé, porque de nuevo fui descartada, porque sigo sin sentir que tenga un nombre, sigo siendo un espectro borroso, porque aunque me reconozca en el espejo, nadie me nombra, no soy Natasha, soy una. Sigo siendo parte de una serie de artículos descartables, olvidables, sin identidad, sin nombre. Y ahora recuerdo cómo tus compañeros de trabajo se referían a mí como NataliaNatalia, NN. Reitero: benditos somos por la facultad del lenguaje!

miércoles, 8 de junio de 2022

Navajas

 Hace tiempo que no me pongo en contacto con mis emociones, o al menos no desde una pausa, desde un parate, hace tiempo que no me obligo a revisar en mi interior qué es lo que esta pasando, qué es lo que esta golpeteando insistentemente. Y, aunque ello no implique que mis acciones pasen desapercibidas, sin juicio previo, si es cierto que me volví bastante mecánica. Trato de enfocarme en la pragmática, sin enroscarme, sin darle manija, sin tirarle nafta al fuego, pero a veces las palabras duelen y cercenan, y te dejan en el suelo de todos modos. Aunque sea una pavada, aunque sepa de antemano que se trata de injurias, aunque reconozca que esos significantes no tienen que ver conmigo, ni con mi esencia, ni con mi posición, hieren porque las personas de quienes parten son significativas. 

No quiero ponerme en posición de víctima, porque es lo más fácil, lo que menos responsabilidad implica, es el lugar que no se pregunta, que no busca, que no explora, que no actúa, solo recibe, dolor, vulneración. No quiero, aunque tal vez lo desee, tal vez desee en el fondo ser una hoja en blanco sobre los que otros escriben lo que les place, un pedazo de arcilla sobre la que otros moldean, marcan, cortan, haciendo realidad sus fantasías a costa de mi propia integridad. Y mientras lo escribo, de algún modo tiene sentido! Aunque no tenga nada de novedoso, mi terapeuta lo debe tener anotado varias veces en mi historial, mi única amiga casi colega ya me lo dijo varias veces, por qué tenés que dejar de ser quien sos y hacer lo que querés porque a los otros les molesta? Cambian los sujetos pero vos haces siempre lo mismo, te encorsetas, te estrangulas para gustarles, para agradarles, para que te quieran, y vos qué querés? 

Ahí esta mi fantasma. LA pasajera del colectivo, LA conductora del auto, LA estudiante de psicología, LA alumna del gimnasio, LA vendedora de mostrador, LA hija, LA amiga, LA hermana, LA nieta, LA puta de turno, LA novia, LA chonga, son posiciones absolutas, letra del Otro, son ideales que a pesar de mis esfuerzos, sigo intentando encarnar, sigo intentando encajar sin importar cuánto de mi tenga que amputar, cuánta humanidad pueda perder en el camino. Lo veo, lo digo, lo declaro, pero sigo poniéndome en esos aprietos que lo único que hacen es lograr que me esconda, que me anule, y que mis puntos débiles sean vistos como pecados mortales, imperdonables, porque un ideal no falla, no erra, no flaquea, porque no es humano, porque no es de carne. Ese es el momento en que las palabras se tornan navajas que me apuñalan, me cortan, escarban en cada nervio que cruzan, mientras intento seguir en pie quedándome sin capacidad de hablar, porque es ese el objetivo, dejarme muda, porque la palabra, a diferencia de la letra, es del sujeto, y el sujeto esta barrado, no es completo como la letra del Otro. 

Paso de lo concreto a lo abstracto, y de lo abstracto a la teoría, por eso tal vez me cuesta incorporarlo, o hacerlo más operatorio. Porque el concepto lo tengo, el fantasma lo identifico, la cabra al monte tira, y mi monte desborda de leyes, reglas y letras, de imágenes, de postales congeladas, pero carece de alma. Pero no puedo cortar la soga que me lleva, arrastrándome, hacia la despersonalización, hacia el molde, hacia la nulidad, el silencio. Y aunque a veces crea que es una bendición haber desarrollado una facilidad por la interpretación, en momentos como este corre por mi mente la fantasía de lanzar una puteada, un grito, de darle un puñetazo a una pared que me reviente los nudillos, porque al menos en la marca hay sangre, y no hay nada más vivo y menos ideal que un cuerpo roto. 

domingo, 27 de marzo de 2022

Caldeamiento

No creo estar tomando las mejores decisiones en el último tiempo, creo en algún punto que es por haber invertido tantos años en acciones a futuro, y al modo en que todo de un momento a otro se derrumbó, que me llevaron a priorizar el presente. Me estuve enfocando en las acciones sin ver las consecuencias, o viéndolas como inofensivas. No creo haberme detenido a pensar en las palabras que pronuncio, al menos no de un modo reflexivo-introspectivo, sino solo desde la planificación, o desde la correcta sintaxis, como si los sentidos que se encubren solo sirvieran al efecto que intento generar en el otro y no desde los lazos fantasmáticos que me colocan en la enunciación. Pero, también aproximo, que eso es producto de una historia encorsetada, bañada en represiones y caracterizada por la estrangulación de mi yo. 

Entonces lo que obtengo cuando establezco una pausa, como la que estoy atravesando en este momento, es un recorrido polarizado, que va de un extremo al otro, que vacila entre el ostracismo y la voluptuosidad, sin atender a medias tintas, sin encontrar un gris, entre el todo y la nada, aunque es curioso que si se atiende a una satisfacción plena que no deje resto lo que queda también es una nada, un cero que no significa, que no simboliza, solo es acción por reacción. Y escribiendo esto recuerdo que Lacan habló en uno de sus seminarios de nada, la nada y una nada, y de nuevo pienso en mi polaridad con lo que más amo que es mi carrera, en cómo por momentos la suelto y la dejo, y me pesa y me duele, y es lo único para lo que soy buena y eso me rompe un poco porque a la vez siento que me ahoga, no tanto por lo que es para mí sino por lo que los otros conciben cuando la nombro. Los otros, siempre inmiscuidos en mis asuntos, siempre presentes en mis pensamientos, siempre irrumpiendo, mirando, invadiendo, juzgando, pero no desde fuera, sino desde mi interior. Bendigo y maldigo a mi memoria, a los hilos hiperconectados de mi psiquis, que traen y llevan continuamente los epítetos casuales, sin atención y sin cuidado que la gente pronuncia mientras mascan un chicle, exhalan el humo de un cigarrillo o entre eructos, y que en mí se marcan, se escriben a punta de navaja y arden  y queman a cada momento. 

Y, ahora que lo escribo, yo estoy haciendo lo mismo, aunque no sin cuidado, al menos no sin cuidarme a mí. Estoy jugando al fogoneo, al caldeamiento, como una apuesta al azar, como intentando irrumpir, sin romper, sino de manera disruptiva, queriendo cambiar el tono o la orientación de la conversación, el tono de la interacción. Y aunque no me parecía muy histérico de mi parte, al redactarlo noto que sí lo es: antes era por virilidad, por castrar al otro, por no dejarme barrar, y ahora es por agujerear, aunque ya no con hostilidad, sino con una invitación a mirar la falta e intentar abordarla, pero un agujero con otro nombre u otra función sigue siendo un agujero, y sigo postulándome como candidata a llenarlo, con palabras, con acciones o de la manera más arcaica, con el cuerpo. Me cubro con un velo de objeto sacrificial, me ofrezco como respuesta, aunque entre mis manos soy la que plantea la incógnita, la que intenta sostener el enigma, no porque sea una mente maestra, sino porque después de años me di cuenta que es lo que me sostiene a mí en el encuentro, y lamentablemente ya no hay otros que intenten velar el deseo. 

Últimamente todo se trata de desvelos y descaros, de arrebatos sin sentido (desde la concepción saussureana), de acciones sin marca, coherentes a una lógica de consumo. Y de nuevo, la teoría, la intelectualización, la defensa, y la responsabilidad, cae sobre mis hombros la misión de no dejarme atrapar por el silencio, por la falta de signos y seguir escribiendo, y seguir enunciando, y seguir significando, historizando, para no dejarme cubrir por el mutismo de objeto.

miércoles, 23 de febrero de 2022

Choque

 Hoy desperte con una congoja extraña, me faltaba el aire, y si, puede ser el asma, pero no se limita solo a eso. Hay algo más, algo que insiste, que se sustancia, que irrumpe, y quiebra, y me deja atónita, impotente, catatónica. Y tal es la impronta que no creo que obedezca al miedo tanto como lo hace al deseo. Creo que deseo que me rompa, que interrumpa, deseo importarle tan poco como para importarle un dia más, un minuto más, un cumpleaños más...

Y suena hipócrita de mi parte, pero más hipócrita es negarlo, es fingir que no lo sueño, que no lo recuerdo, que no pienso en el cuando tengo el aliento de otro en la nuca diciendo mi nombre. Mentiría si dijera que la otra boca no se parecia a la suya, que el otro sudor se parecía al suyo, que por momentos casi lo llamo por su nombre y que tuve la suerte de pensarlo lo suficiente como para caer en la realidad: era otro cuerpo, otro aliento, otro perfume. Y un poco me asustó que se le pareciera tanto, porque tal vez no habia tal similitud, me asustó la idea de ser yo quien pone su esencia en otro cascarón, me asustó ser yo quien lo llama, lo busca, al punto de crearlo en cada nuevo encuentro, en cada nueva mirada, en cada palabra que dirijo hacia afuera. 

Creí que iba a estar derramando un par de lágrimas hacia esta línea, pero no, estoica sigo, dejando brotar ese remolino que me toma los pulmones y me ahoga, porque aunque todo esto es testimonial, es dual, es ambiguo, es vacilante, porque me invade, pero no lo quiero. Ya no lo quiero. No quiero seguir esperando lo peor, no quiero seguir encontrándolo en los sueños, no quiero seguir sintiéndolo en la otra punta de la cama, no quiero buscarlo en las salas de cine, ni en las calles del centro. Nada me haria mas feliz y miserable que saber que también le duelo, que aunque lo niegue se acuerda de mi cumpleaños, de que por unos días tenemos la misma edad, porque nacimos en la misma temporada solar, porque nos sabemos los dialogos de los simpson, porque juntos cantamos los temas de led zeppelin, porque no es posible que hayan sido en vano tantos años, y tanta sangre. Y yo sabia que no habia futuro, que no habia proyecto, porque mirabamos en direcciones opuestas, pero me conformaba con el presente, me conformada con triturar cada gramo de mi carne en la cama, en el sillon, en la cocina o en el auto, muriendo cada vez, porque dolía pensar que cada vez era la última vez, era otro tramo en la despedida. 

sábado, 29 de enero de 2022

Espejo II

 Siento que el azar me esquiva, rehuye, hace rodeos, manteniendome en un laberinto de espejos donde todos los caminos llevan a mi único reflejo, solitario, inmóvil, desorientado. Intento dar pasos hacia adelante, ya no por la presión social o del entorno, sino porque me cansé de mi cascarón. Con el pasar de los días siento que el espacio me queda chico, aunque no sé si eso sea algo precisamente bueno. Puede ser también otro arrebato de histeria, puede que sea mi vocación de centro de mesa la que esté pujando por imponerse, y de nuevo, y desde otro lugar, posicionarme como incandescente, inhumana. No hay manera de saberlo, o tal vez sí, pero no sé si quiero llegar a esa verdad...

De un modo u otro, mostrar la barrera no fue tan gratificante como los libros dijeron. Y si bien podrían arribar a la conclusión de que nunca la mostré como tal, para el ojo clínico (u obsesivo) era bastante obvio que no estaba en mi plenitud. Mostrar fallas no significa solo frustración, al menos no en mi caso: para mí mostrar la falla es, precisamente, no mostrarme entera. Es morderme la lengua ante un comentario provocador, es no hacer alarde de mi intelecto, es no contradecir al otro cuando pronuncia una burrada, y es, también y sobre todo, no hacer uso indiscriminado de lo que provoco en los otros a mi favor. Para mí, mostrar la barra es conservar el encuadre, es atender a mi posición de paciente, es conservar al otro en lugar de sujeto supuesto saber. Mostrar la barra para mi es no indagar en su yo, en su historia, ni en sus vínculos, es no ubicar su discurso. En otras palabras, mostrar la barra en mí implica abstraerme de mi necesidad fantaseada de agujerear. Pero, aparentemente, eso no es suficiente, o en realidad, esa no será una verdadera barra, precisamente porque no es cuestión de no poder o no llegar, sino de deliberadamente no accionar. Sigo estando, al menos en lo que a mís acciones respectan, en control de la situación. Sigo portando el falo, solo que sin mostrarlo, sin alardear, sin ostentar, pero en mis gestos, en mi postura, en mi la cadencia al hablar, algo debe de rastrearse, algún halo de virilidad que es completamente involuntario, inadvertido para mí, meramente inconsciente, que forma parte de ese agujero indescifrable e indecible que, inmaterial como es, se impone sin que nadie lo pronuncie, pero con una sustancialidad que barra, que me barra, porque me impide mostrar mi vacío, me impide enlazarme con el otro.

Y hasta ahí llegó mi autocompasión. Porque, si me pongo quisquillosa, y me paro desde mi fantasía de completud, podría decir que no sólo debería de mirarme a mí. Que no tiene sentido seguir hurgando, rascando las heridas para que sangren, porque en el vaivén de mi devenir me sigo encontrando con gente igual o más viril que yo. La diferencia es que yo pago fortunas para que eso afecte lo menos posible a los demás, y me siento sola, e impotente en la mayoria de las situaciones, porque no veo que esa sea una reacción común. Siento que me enfoco tanto en ser algo que no llego a ser, en ponerme en un lugar en que no me siento cómoda, y si, es obvio que el lugar de la histeria no es el mejor, pero tener que estrangularme para ficcionizar un encuentro que no es tal me parece de una bajeza, de una poquedad, que me repugna. En un punto creo que hasta senti pena por mí misma, y me lamenté sobre mi mala suerte, sobre lo mala que era mi vida... QUÉ! Esas conclusiones son las que evité durante todos mis años en este plano, la autocompasión, la compadecencia eterna, la victimización. No soy víctima, no quiero serlo, no siento que sea un papel digno de mí. Me niego a concebirme como un agente pasivo de las circunstancias, del azar, no me simpatizan los conceptos de designio, ni de destino, no me gustan los absolutos prescriptivos. Y con ello no quiero decir que estoy en control total, claramente que no, de ser asi no me chocaría de bruses contra la frustración, pero no sucede porque "algo más grande que yo lo dispuso así", el único agente que me corre, que me desata, que me silencia, es el otro, es un semejante, es otro como yo en el espejo, tropezando, andando, intentando a cada paso conservar la ilusión del entero en el espejo. 

No sé si llego a una conclusión o no con todo este palabrerío, supongo que tampoco era mi objetivo. Últimamente, y con esto me refiero a hace 2 o 3 meses, siento que mi fijación oral esta siendo poco erogenizada: ya no fumo, ya no tomo, ya no puedo ni siquiera comer a mi antojo, y ahora se le suma que ya no puedo hablar. Porque mis otros hablantes decidieron dejarme, o desatarme, o quitarme la investidura de sujeto de palabra. Porque para algunos pasé a ser un objeto, un objeto depositario de sus palabras, o un objeto de mirada, pero no un sujeto de palabra. Porque cuando se cuelan las palabras, cuando aparece mi yo, un yo con un falo escondido, un yo bañado en virilidad, solo hay un camino posible: quebrarlo, romperlo, fisurarlo. 

Y así, todo vuelve a empezar, la rueda sigue girando, mis palabras se siguen ahogando, y me choco de nuevo con mi reflejo en el espejo: entero, pero en soledad.